Por: Óscar Rodríguez
Podría parecer extraño que un país con tanta ascendencia negra como la República Dominicana tenga un gran problema de honrar a sus íconos afro-descendientes. Este problema se extiende a sobremanera cuando hablamos de la mujer negra, que, a pesar de ser el fruto de vida de la mayoría de dominicanos, ha sido prácticamente ignorada a lo largo de nuestra historia. Considerando que la mayoría de la población es tanto mujer como afrodescendiente (Carneiro da Cunha, 2016; Rosario, 2023), quizá resulte aún más inusual esta brecha histórica. Sin embargo, como el racismo y la misoginia no se escapan de la vena dominicana, nuestra historia tiende a reducir a la mujer negra a pocos espacios, muchas veces apareciendo esporádicamente y con sus logros más atenuados de la realidad.
De por sí, las mujeres se han visto muy invisibilizadas en nuestra historia. Lo más que nos llegan a mostrar son aportes que siempre son comparados con los “mayores” aportes de los hombres, o que no reciben el reconocimiento que merecen con la magnitud que se le da a hombres en situaciones similares. Una perspectiva feminista también nos ayuda a entender por qué, sobre todo, hay un enfoque en cierto tipo de mujeres sobre otras. Indudablemente, la historia de nuestra nación, como nos ha sido contada, parece priorizar tipos de mujeres muy específicas. Por ejemplo, quizá es más común en nuestra historia resaltar a la mujer en roles que pueden ser poco amenazantes, como enseñar, bordar, cuidar o crear. De ahí muchas veces un mayor enfoque en las mujeres educadoras, como una Ercilia Pepín o Salomé Ureña, sobre las mujeres con roles más estereotípicamente masculinizados, como las luchadoras y militantes Baltasara de los Reyes o la misma Juana Saltitopa. Incluso de las mismas Pepín y Ureña, muchas veces no se habla de su activismo político y lado crudo, sobre todo Pepín, quien la historia sugiere fue feroz en oponerse al régimen trujillista.
La segunda característica, y quizá la que más nos debería preocupar, es la tendencia a eliminar a la mujer negra de nuestra historia. De por sí, ya es obvio en cualquier dominicano liberal saber que nuestra historia ha sido perversamente blanqueada, sobre todo como producto del trujillismo. Sin embargo, muchas mujeres negras de nuestra historia han sufrido una de dos: o un blanqueamiento innecesario para poder entrarlas en el argot popular, o, peor aún, el olvido total a pesar de sus aportes a nuestra nación. Por ejemplo, pocos saben que Salomé Ureña era una mujer de clara afrodescendencia, siendo descrita como “una mulata de orejas grandes, nariz ancha y pelo indómito” (Espinal Hernández, 2022). A pesar de esto, una simple búsqueda de Google nos muestra cómo tienen a nuestra Salomé ahora: blanqueada, nariz fina y con el pelo liso y recogido. Pareciera como que era imposible que fuera tan conocida sin alterar su raza.
La representación de la mujer negra, cuando mucho, se tiende a ver opacada, y muchas veces se le disminuye su crédito. La primera mujer negra históricamente registrada, traída desde África, en pisar nuestro territorio resultó ser una figura importante en las comunidades de su época. Ésta se destacó por su atención médica a los más necesitados, específicamente a personas empobrecidas, creando una clase de centro de salud clandestino comunitario (CUNY Dominican Studies Institute, s. f.) . Como era de esperarse por su contexto altamente colonizador, esta mujer fue doblemente invisibilizada. A principios de los 1500s, Nicolás de Ovando la desplazó de su humilde consultorio para crear el primer hospital de América, el Hospital Nicolás de Bari, dejando a esta mujer sin pena y sin gloria. Y así, no solamente se le invisibiliza por completo, sino que, para muchos, la historia médica dominicana comienza con Ovando, a pesar de ser a unos de los más temibles colonizadores de nuestra historia quien tuvo en sus manos la sangre de decenas de nuestros nativos taínos (Sued-Baldillo, 2003). Fue tanto la negligencia con esta icónica pero olvidada mujer que, a pesar de tener el récord histórico de esto, nunca se registró su nombre. La segunda invisibilización, entonces, la tenemos hasta hoy en día, con lo poco (para no decir nada) que se habla de todo esto, siendo un dato que muy pocas personas saben, quizá sólo aquellas con un alto interés en la historia dominicana.
Parece que la dicha de esta primera mujer negra resultó ser algún tipo de premonición a cómo la historia dominicana trataría a las que le siguieron, porque no son pocas las veces en que instancias así llegaron a prácticamente eliminar a la mujer negra o afrodescendiente dominicana de su lugar en nuestra cronología. Quizá el más similar paralelismo es el de la Dra. Evangelina Rodríguez, mujer afrodescendiente nacida de una familia empobrecida, quien fue la primera mujer en obtener la titulación de médico en nuestro país. Evangelina también fue una feminista de pura cepa, siendo una de las primeras en promover la ideología en el país luego de su exposición a esta ideología en su tiempo estudiando en Europa, una hazaña que de por sí era rara para una mujer como ella. Sin embargo, en los inicios de la dictadura de Trujillo, Rodríguez se vio maltratada, invisibilizada y burlada por su vehemencia a unirse a la causa trujillista. Incluso cuando el movimiento feminista tomó auge en la época del trujillato, Evangelina siguió siendo rechazada de estos círculos por su color de piel, a pesar de ser una de las pocas figuras del movimiento de ese tiempo que nunca se asoció con Trujillo. La vida de Evangelina se vio ultimada a causa de todo esto, pero, hasta el último minuto, la doctora se negó a besarle los pies al déspota (Zaglul, 1997). La doctora no solamente fue negada por sus colegas de tez clara, sino que además siempre se vio expuesta a comentarios racistas y siempre fue invalidada por ser una mujer negra, sobre todo por su indoblegable determinación en abrazar sus raíces (Mayes, 2008; Zaglul, 1997; Zaglul Zaiter, 2013).
Como Rodríguez y como aquella doctora de la época colonial, hay muchas otras mujeres. Petronila Gómez, otra mujer pionera del feminismo dominicano y orgullosamente negra, ha sido grandemente ignorada en nuestras escuelas, a pesar de ser una célebre educadora y fundadora de la revista Fémina, la primera revista feminista de nuestro país (Mayes, 2008). La memoria de Petronila claramente merece estar con no solamente la de otras mujeres (blancas) influyentes en el país, sino con la de los hombres también. Es que, si la mujer negra fue ridiculizada frente a la mujer blanca, ésta fue aún más invisibilizada frente al hombre dominicano, sobre todo el blanco o de ascendencia europea. Y así, se nos van nuestras mujeres, poco a poco y sin trompetas ni tambores, llegando a perder incluso su propia identidad en el camino. Al igual que aquella mujer colonial, tanto la Dra. Evangelina como la misma Petronila murieron en el olvido de nuestra nación (Mayes, 2008; Zaglul, 1997).
¿Lo peor de todo? Que todavía seguimos viviendo el atropello de nuestras morenas. Recientemente se viralizó el clip de un podcast relativamente popular en nuestro país, donde dos mujeres blancas entrevistan a la influencer Karla Álvarez, y donde sueltan microagresiones típicas a las que la mujer negra dominicana, por más exitosa que sea, tiene que verse expuesta. En el podcast, los comentarios tienen un tono malévolamente “halagador” – las entrevistadoras felicitan a la influencer por verse bien con un tono que sugiere que esto es algo extraordinario en comparación con otras mujeres negras. De por sí da impotencia que este programa no recibiera ningún tipo de detrimento por toda esta situación. En todo caso, la presencia de Álvarez y la controversia de todo posiblemente lo hizo más popular aún. Quizá más tristemente, este tipo de comentarios ni son nuevos ni son poco comunes, y en realidad son la punta del sexismo-racismo internalizado e institucionalizado que viven las mujeres afrodescendientes de nuestro país. Así, quienes deberían ser la representación del dominicano promedio, literalmente pasan a ser el objeto de disminución en un país que, llanamente hablando, les debe no mucho, sino demasiado. Y un país que, desde aquella africana hospitalaria hasta Evangelina y Petronila y hasta Karla Álvarez, parece solamente querer beneficiarse de nuestras negras cuando les conviene.