Escrito por: Frank Abate y Óscar Rodríguez
Juan Pablo Duarte, al darnos nombre, también nos dio norte: República Dominicana lleva en su nombre su vocación primigenia: Res Pública, lo de todos.
Pocas naciones en sus historias han luchado tan vehemente para conquistar su vocación. La guerra en contra de Francia, la guerra con Haití, la guerra en contra de España, la primera y la segunda invasiones estadounidenses, y esto sin contar con las traiciones internas. Santana, Báez, Lilís, Trujillo, Balaguer y todos aquellos que han sangrado a la patria para su propio beneficio, nos han alejado de este norte. Pero no olvidemos también a aquellos que nos han acercado a ella: Juan Sanchez Ramirez, Jose Nuñez de Cáceres, Duarte y los Trinitarios, Luperón, Duvergé, Desiderio y aquellos que en nombre de la paz y la soberanía dieron vida y bienes… Manolo, Minerva y los que se inmolaron tratando de acabar la tiranía.
Los dominicanos vivimos hoy en uno de los estados más represivos de nuestra zona a pesar de nuestra profunda vocación democrática, vocación que ha sido coherente y palpable desde 1966 a la fecha. Los dominicanos hemos ido a las urnas a pesar de los problemas del sistema, y cada vez el espectro de revueltas, revoluciones y soluciones violentas es más lejano. Cada vez, más personas entienden que esa no es la vía. Ahora bien, los dominicanos nos hemos olvidado de que en 1914, cuando nuestro país fue invadido por los EE UU. A fin de lograr sus objetivos, el invasor concentró de forma brutal el poder en la Capital. Esto sirvió tanto para someter a la población como para unificar el territorio, haciendo real la soberanía del gobierno. A la salida de los Marines, nadie desmanteló este sistema. Más bien, Trujillo lo perfeccionó en treinta años, para que todo o casi todo en el país fuera decidido de forma personal por él. Asesinado el tirano y caído el régimen, Juan Bosch trató de desinstalar el sistema, pero con la llegada de Balaguer y la Constitución de 1966, volvimos a la ruta que los Estados Unidos habían iniciado y Trujillo había perfeccionado. En 1978, el PRD llega al poder y, aunque hubo mejoras concretas (la reducción del poder de los militares muy particularmente), no llegamos más allá que a la generación de nuevas élites económicas y políticas. Del 1996 al 2020, en la era del PLD, lo que debió ser un retomar el camino de Juan Bosch en 1966, se convirtió en uno de sus momentos más oscuros de nuestra historia. Los niveles de corrupción, el tráfico de influencia, el robo público, la concentración del poder y el maridaje con el crimen organizado llevaron nuestra nación prácticamente a una nueva dictadura y a la nación a levantarse, esta vez no en armas, pero sí levantarse como una para decir “No más”. Ese momento nos trajo el gobierno del PRM y Luis Abinader, uno en el cual el principal ejecutivo ha dado muestras tangibles de rechazo al robo público, pero también ha dado muestras de una ausencia profunda de voluntad política para enfrentar los males que impiden la creación de un estado de derecho donde todes seamos iguales en dignidad, en derecho y ante la ley, como consagra la actual Constitución.
En nuestra humilde opinión, la culminación de nuestra vocación como nación, el llenar aquel sueño lejano pero claro de Duarte, pasa por una serie de medidas difíciles de tomar pero irremplazables parte de este camino. Ellas son:
- Funcionarios y gobierno que entiendan que van al Estado a dos cosas: 1) la preservación y la realización de los derechos de todos y cada uno de los dominicanos y 2) la defensa de la soberanía nacional frente a peligros locales y extranjeros. No van a hacerse ricos o cumplir profecías mesiánicas. Son elegidos por sus conciudadanos para cuidar de lo público y velar porque la ley se cumpla.
- Ciudadanos que entiendan y voluntariamente acceden a pagar sus impuestos con diligencia y precisión. Aunque los dominicanos pagamos más impuestos hoy que nunca antes en nuestra historia, lo hacemos a través de pagos transaccionales (ITBIS, transacciones bancarias, cargos a las telecomunicaciones). Este tipo de impuesto acarrea dos grandes daños. Primero, encarece tremendamente nuestra economía. Y, segundo, deja inconsciente a gran parte del pueblo de su legítimo derecho a demandar servicios y trabajo del gobierno a cambio de su contribución. Los impuestos, al menos la mayor parte de ellos, deben venir como resultado del valor que cada quien con su actividad aporta. Hacerlo así implicaría que todos trabajen, que todos aporten, por una parte. Mientras que por la otra, implica que todos nos adherimos voluntaria y deliberada al contrato social que conocemos como República Dominicana.
- Reducción del aparato político partidista incrustado al gobierno de lo público. Esto pasa por una reducción del número de provincias, una reducción de la profunda centralización geográfica y orgánica del aparato estatal. Un gobierno local empoderado y eficiente, listo para aportar a la calidad de vida de cada uno de los que viven en su entorno. Y un gobierno central con límites claros en su poder.
- Un sistema educativo público y universal mandatorio para todos independientemente del privilegio, donde los ricos y los pobres, los negros y los blancos, los poderesos y todos los demás, hetero y cuir, tengamos que vernos en un mismo espacio y crear juntos un mismo relato.
- Un sistema de salud y de seguridad social único donde todos tengamos que contribuir y sea la única opción de todos, no sólo de una parte.
- Un Poder Legislativo donde sus miembros son representantes de las poblaciones y no de los partidos, por lo tanto sus intereses se alinean no con esos de los partidos políticos, sino con los de las poblaciones que representan. Un poder legislativo donde la función del representante es esa: representar. Por lo tanto, para participar, debe abandonar de forma efectiva y real cualquier compromiso profesional, comercial o partidario que le cree un conflicto con su principal función.
- Un Poder Judicial que funcione, diligente e imparcial, que aplique la ley con diligencia, integridad, justeza y humanidad.
- Un Poder Ejecutivo limitado en su poder donde unos planean, crean estrategias y supervisan y otros controlan la ejecución y el presupuesto.
Estas ideas, que pudieran parecer quimeras, hace mucho tiempo que son realidades en otros países. Europa tuvo que vivir dos guerras mundiales para que sus privilegiados entendieran que el respeto al derecho del más débil es garantía y zapata de la realidad común. Esperemos que el camino nuestro sea más corto, pues nuestra vocación como nación no cambiará. Y esa vocación pasa necesariamente por un gobierno que trabaje para que la libertad de cada uno nosotros, nosotras y nosotres sea algo real y palpable. Pasa por desde lo común llenar la promesa, el sueño, la vocación de cada uno.